Me hablaste el otro día de realidades: mi realidad no es la misma que la tuya, dijiste, o que la nuestra (entendida como una sola); hablabas de la diferencia de percepciones y, por tanto, de vivencias de la realidad, que nunca será objetiva puesto que es la de cada uno. En ese momento te ofreciste a entrar en mi realidad y a permanecer en ella el tiempo que considerase oportuno ... y te dejé entrar. Pasadas unas horas me sentí incómoda y te eché sin darte explicaciones; regresaste a tu realidad sin preguntarme nada, sin exigirme nada, sin recriminarme nada y te acomodaste allí de nuevo, observándome de lejos. Me gusta saber que estás ahí, al otro lado de mi puerta; me gusta que entres a veces pero no puedo dejar que te quedes ... por ahora ...
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