La otra noche paseamos y charlamos, nos preguntamos en voz alta lo que nos preguntábamos interiormente y no nos dimos respuesta: la respuesta era simplemente hacer la pregunta... nos quedamos mirando y me concentré tanto en tus ojos que me asusté y seguí caminando, dando vueltas con los pies y con la mente. Al rato subimos al coche rumbo a casa, me moría de sueño... acariciaste mi pelo, pasaste tu mano por mi cuello y me convertí en una gata mimosa y remolona que no quería irse a dormir. Un poco asustada pero con ganas de más, en ese preciso momento decidí darme permiso para confiar en ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario