El gato de mi vecina se pasea elegantemente por el balcón: sale y entra, sale y entra. Los domingos, cuando se cansa de ver siempre el mismo paisaje decide subir a la terraza (también de mi vecina), saltar al tejado y cambiar tanto de perspectiva como de edificio. Se le ve vagando por los tejados hasta que el sol se pone: de aquí para allá, salta, corre, camina,... se divierte.
Al final del día se escuchan los "gritos" de mi vecina, llamándole para poder cerrar las puertas e irse a dormir. Él se lo toma con calma, se acerca lentamente como si adivinase que su libertad está en juego; nos muestra su remolona figura al caminar y al final decide bajar a la terraza en donde empezó su día de libertad; allí, para una mayor motivación, siempre hay un cuenco con comida aunque parece no convencerle del todo. Al fin, entra en el edificio y de nuevo aparece en el balcón, como si ya esperase al próximo domingo para volver a acariciar la libertad.
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